El mal del siglo 21, tanta seguridad y sobre todo tantas contraseñas. Las contraseñas nos invaden.
Yo que últimamente me quedo en blanco con los nombres de la gente, me quedo igual con las contraseñas del ordenador. No suelo tener la misma para todo y eso lo complica todo. Y si le sumamos las benditas mayúsculas, minúsculas y los números para hacerlas viables, es un rollo.
En mi caso tengo un problema más, mis uñas. Tengo las uñas largas, cosa que siempre me ha gustado y pintadas de rojo como debe ser, en una «dangerously sexie», como yo. Cuando escribo, cosa que hago con todos los dedos y que se lo debo a mi mamá que me obligo durante un mes a ir a estudiar máquina a un instituto, cuando tenía 16 años, y pensando que lo mejor que podía hacer en la vida era casarme y trabajar de secretaria. Pero como le salí rana, que ni me case, ni nunca trabaje de secretaria, sino que elegí una profesión que antes era masculina como es la construcción, no le saque partido a ese castigo hasta que empecé a usar ordenadores hace más de 20 años. Cuando veo a gente de mi edad, que escriben en el teclado con dos dedos, me acuerdo de mi mamá y su insistencia.
Gracias mamá! algo bueno saque de tu enseñanza.
Pero volviendo a las contraseñas, que me he ido por las ramas. Al escribirlas con las uñas largas, lo rápido que lo hago, etc, cada tanto, por no decir siempre las escribo mal. Por eso me viene bien que los navegadores las recuerden, aunque no se porque ahora cada vez menos.
En fin, que es un coñazo tener un montón de contraseñas distintas, que es un coñazo tanta seguridad, que es un coñazo mi cabeza como esta que se olvida de todo. Necesito vacaciones ya o un secretario. Algún candidato?
Uso la misma contraseña para todo, desde la combinación de la maleta, a la tarjeta de crédito, pasando por todas las de internet. Es, además, el número que tenía en el colegio desde los 6 años (al entrar nos daban un número para que marcáramos todas nuestras cosas, desde la ropa de gimnasia al material escolar). Si es necesario le añado ceros delante hasta completar.
Y yo también aprendí a escribir a máquina en un verano en el que mi madre se empeñó en que aprendiera, jajaja. Usaba uñas largas y pintadas mientras estudiaba la carrera, pero cuando empecé a trabajar en arqueología aquello se volvió algo imposible (imagina cómo se metía la tierra en las uñas), así que me las corté muuuy cortas y desde entonces, hace casi 30 años, las llevo así.
Por cierto, no debe ser tan corriente que personas con estudios superiores escriban muy rápido, con los diez dedos y sin mirar el teclado, todos mis compañeros se asombran.